En México, a partir de la época porfiriana, se realizaron numerosos edificios con esqueleto de acero, material que tuvo una función exclusivamente estructural, ya que ninguno de sus componentes quedó a la vista y, por ende, no formó parte de la expresión estética de aquellas arquitecturas. Las últimas obras de hierro aparente se inauguraron en 1910, en ocasión de los festejos del Centenario de la Independencia.
Con la caída de Díaz y el principio de la Revolución Mexicana, la actividad constructiva se detuvo casi totalmente y las obras metálicas posteriores al Porfiriato fueron proyectos que se concluyeron sucesivamente con unas variaciones estilísticas que reflejan una estética diferente, pero propia de una época nueva.